sábado, 24 de julio de 2010

Sexo con el diablo


Grosor festivo, mundano y fritangoso. Grosor de pueblo encerrado, sobrepoblado y mosqueado. Grosor nauseabundo. No era música, sino ruido. Ruido insoportable. Ruido de matralleta. Machaqueo monótono. Lo otro era el tufo a sobaco y aromas de carnes apretujadas y friccionadas. El frío era el corolario. El sol era un decorado. Fui a la fiesta religiosa de La Tirana, porque me pagarían 50 mil pesos por cada foto que publicara la revista. Es un magazine snob de esos con moda y gastronomía de Gastón Acurio. Con tres fotos publicadas eran 150 mil pesos, cantidad suficiente para recuperar lo invertido en el viaje de Santiago a Iquique. Lo ideal es que me publicaran 10 fotos. Por ese tuve que mamarme toda esa porquería claustrofóbica y colorinche, pero con final feliz por suerte y me arrepiento de nada.
Iba prejuiciada. Los dos viajes anteriores no fueron gratos. Fueron a finales de los años 90, cuando yo empezaba en la fotografía. Esa vez me jodí de frío y para colmo me robaron, además de toquetearme varias veces en el apretujamiento. En esos años hacía calor en el día, por eso andaba con una camiseta. Mala idea lo de la camiseta. Me pellizcaron mis pechugas de limón no se cuantas veces. Dije que no iba a volver, pero la oferta fue generosa y creo que esta vez no la pasé del todo mal, insisto, nunca pensé que podía aguantar un pene tan hermoso, tan digamos, grande y profundo en mis comisuras húmedas. Me pongo nerviosa cuando pienso en esa cosa. Usted puede imaginar mi sonrisa. La pasé bien. Tengo un dossier de fotos íntimas. Fotos que valen mucho para mí, y para él. Las fotos de un diablo tiraneño follando.

Fue amable. De ahí partió todo. Dejó de bailar para recorgerme un bolsito. Tirité completa cuando me lo pasó. Sólo vi la máscara y unos ojos hermosos detrás. Ojos ovalados y de color verde. Sus manos eran grandes, fuertes y morenas. Su piel era morena según comprobé unas horas más tarde y sabía a polvora. Lo lamí completo hasta su tobillos duros, y él hizo lo mismo. Lo nuestro parecía un verano en medio del frío, del peor invierno que tuvo La Tirana. Tuvimos dos días en lo mismo. Después lo acompañé a pedirle perdón a la chinita, la Virgen de los favores, por no haberle cumplido plenamente la manda. Culpa mía.

Después que me pasó el bolso, me quedé unos minutos observándolo, prendida, y seguí buscando otra diablada en la explanada del santuario. Eran más de las 18 horas y decidí beber un café. Cuando iba hacia un local medio asumagado, sentí su brazo sobre mi hombro. Me dijo, sin sacarse la máscara, que podríamos hacer buenas fotos juntos. Luego se presentó. Lorenzo Alvarez Titichoca. Repito ese nombre 10 veces como oración a la virgen. Estuve con el una semana en Iquique, enamorada. Conocí a toda su familia, todos de la Diablada Hijos de María, en una calle con puras casas viejas y de madera. Nunca me gustó tanto La Tirana.

Estuvimos dos horas haciendo fotos en el pueblo. Le hice muchas a él, y también me contactó bandas de bronces. La sombras de las bandas de bronces en las paredes de calamina de las casas se ven espectaculares. Le dije que no se sacara la máscara y que mantuviera el misterio hasta al final. Entendió el mensaje y sin que yo me diera cuenta, arrendó una habitación a varias cuadras del santuario, por un sector que no conocía. No era la mejor habitación del mundo y en otra ocasión ni por un millón me hubiera metido en esas sábanas sebosas, pero en ese momento estaba extasiada. Le desnudé el torso y besé esa carne dura y morena. Le mordí sus pechos. Parecía de 20 años. Sentí que le gustaban mis mordeduras. Lo tomé de la cintura y le lamí el vientre y el ombligo. No aguantó. El se bajó los pantalones y me puso su pene en mi boca. Sabía a pimienta y humedad. Todo era perfecto en ese instante. Lo chupé con fuerza desde el tallo hasta la punta, hasta que sentí la lava rebalsando por mis labios. Rió tímidamente. Le acaricié su cuerpo y esperé un para de minutos para que por fin el diablo me penetrara.

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