viernes, 21 de agosto de 2009

La inquilina


Llegó una argentina al club. Se llama Ariela y trabajaba en un privado de calle Corrientes, en Buenos Aires. Decía que se tragaba a tipos hermosos y uno que otro chileno. Sincera ella. La pasó bien, pero los años pasan. Viene de vuelta en esto. Tiene 35 años, pero acá parece de lujo. Está operada de las pechugas y mantiene algo de botox en los labios. Me gusta como habla. Una amiga bromeó que me la quería tirar. Igual me daría algo de vergüenza que un cliente nos lleve a ambas en onda tribadas. Salgo perdiendo. Claro, el tipo le daría a ella más que yo. Ariela es espectacular: de cabello rubio y liso, rostro delgado con la nariz larga y unos ojos azules –heredados según dijo de su padre polaco-, cuello alto, senos grandes por la silicona y eso si, caderas algo estrechas, no como yo, por ejemplo. Le gano en algo, igual que en la estatura. Mido 3 centímetros más que ella.
Me pidió asesoría. Se la di, aunque ella trae sus propias ideas. Por ejemplo: le gusta esto de los avisos de papel en los teléfonos públicos, mejor cerca de la placa bancaria. Quiere tirar con tipos de corbata. Aquí la plata está en la minería. Obvio que aquí acostumbramos al aviso en el diario. Sale más caro, en todo caso pero es efectivo, la fuerza de la costumbre. Dice que en Argentina conviene el aviso del teléfono, en concurridas calles. Así trabajaba ella. Me cuenta que se tragó –dice entre risas- a unos bancarios de lujo. Rubios. Nadie discute a estas alturas la belleza masculina de los argentinos. Recordó que los chilenos llegaron por miles cuando fue el corralito. Todos a putas. La mayoría las trataba bien. Medios tímidos. De ahí que decidiera venirse, cuenta.
-Son tímidos, les gusta mirar.
Desde ayer ella está viviendo en mi departamento. No es un departamento grande, pero es bastante agradable, a pocas cuadras de Cavancha. Lo tengo bien decorado. A algunas no le gusta y es que los gustos de las putas en decoración son variados, colorinches. En la Zofri hay bastante para decorar además. Decidí alojarla porque se nota que es una mina tranquila. Lo de su hija me convenció. También vivo con Carmen, pero ella va y viene de Calama. Está pasando más tiempo allá. Le está yendo bien. No soporto Calama en todo caso, me gusta estar frente al mar, en Iquique.
Tal vez nos amemos con Ariela, eso lo dirá el tiempo o la oportunidad. Yo estoy dispuesta a conocerla, a degustarla.

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