jueves, 2 de octubre de 2008

El diablo

Otra vez gordo. Otra vez. Sin reproches Gordo. Es un buen tipo Gordo, generoso pues gasta sus lucas conmigo. En otro momento de la vida yo gastaba mi plata con él. Insisto que ahora está demasiado solo, aunque aquello podríamos definirlo como un proceso. El gueón se saparó hace poco. Vivía en Calama. Su mujer diría que la droga se lo arrebató. Gordo es de los que pagados se iba a la shopería en vez de la casa. De shopería a puta y de puta a diler, y así podía estar dos días. Al tercer día llegaba a su casa con la mitad del sueldo. Calama es una ciudad hecha para cowboys como Gordo. Gordo es experto en Calama. Lo que más llamó mi atención de Calama –en el discurso de Gordo, al que todavía se la traba un poco la lengua para hablar- son los fumaderos de gueaita, que pueden asemejarse a los fumaderos de opio de los chinos -mi abuelo todavía recuerda el incendio del Palacio de Cristal en Iquique, el que fuera el gran fumadero de opio del Norte Grande-. La explicación de Gordo es que en Calama hace mucho frío, especialmente de noche –temperaturas bajo 0- entonces los mismos diler habilitan un espacio en su casa para fumar gueaita. Varias veces confundieron a gordo con un rati, la más brígida -según él- fue cuando le pusieron una pistola en el mentón. Agreguemos que el alter ego de gordo es Sonny Crockett –Miami Vice- de ahí que su parada no asemeje mucho al estereotipo de fumón. Para Gordo Calama era Miami. Es claro: Gordo tiene trastocada la realidad.
Al final Gordo me invitó a almorzar una parrillada en El Arriero , un restorán medio oscuro y de garzones mal agestados aunque un pianoman salva la plata. El pianoman tiene un parecido a Raúl Ruiz, el director de cine. Creo que alguna vez estuve chupando con el pianoman. La idea era que después de almuerzo lo acompañara a la shopería-prostíbulo de siempre para que la mina le hiciera un paja con el sobaco. Gordo estaba feliz con sus lucas, el lomo de la parrillada y la copa llena de vino. Le cambió la cara cuando lo llamó su ex mujer. Fue como si se le hubiera aparecido el diablo. La conversa con la ñora fue de plata.
Pero Gordo se puso místico. No se la creo a Gordo, pero la cuento igual. Dijo que en su casa -ahora vive que son su mamá, el mamón- mientras veía una película caliente del Film zone y se hacía la paja, sintió una voz que le habló al oído. Un maraco, le dije yo. Me habló el diablo. Chuuuuuuuucha, gordo gueón, y qué te dijo el diablo. Me dijo que le vendiera su alma. Mierda. Le dije a Gordo que fuera al siquiatra pues podría ser principio de esquizofrenia. Dijo que en la mañana había estado rezando y que el cura le bendijo un rosario. Yo le dije que los curas son nucos. No todos me aclaró. Estás enfermo de culpa Gordo. Mejor toma, le propuse. El vino hace bien para el corazón. Llama a un diler, me dijo. Aló. Ya Gordo, pide otra botella de vino para el diablo. Tengo sed. Eran las 14.30 horas del martes.

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