sábado, 25 de septiembre de 2010

After Shave



La he convencido de que sigamos. Se hace rogar más de la cuenta. La comprendo. La califica como otra de mis costumbres extrañas, además que hay cierto desgaste propio de una relación que va hacia el año. Por esto me limitó dos veces a la semana, quizás después sea una vez. Es un placer más bien mío quizás sea otra razón para poner freno. Todo se redondea en un favor muy especial. También puede entenderse como un acto de amor. Un gran acto de amor. No sé cuando terminará lo nuestro. Por mi que fuera toda la vida. Entiendo que por edad tengo los días contados. Tenemos 20 años y un poco más de diferencia. No salimos mucho a la calle. Me ha dicho que teme que nos vean. La entiendo. Siempre la he entendido y complacido.
Después que la conocí en una taberna, asumí que fuese como fuese debía estar con ella. El proceso fue lento. Demoré alrededor de dos años. Mis consejos de qué debía hacer una vez que saliera de la universidad, derivaron con el tiempo en caricias. Cuando me habló de sus problemas familiares –la había marcado la reciente separación de sus padres por una infidelidad de su madre, y en consecuencia, ella estaba viviendo con su padre- entendí que podía ir más allá. Según mi experiencia entendí que si ella me entregó un tema personal tan complejo, extendió -quizás involuntariamente- nuestra relación. A través de esa puerta abierta, yo podría preguntarle siempre: cómo estaba, cómo se sentía, si estaba triste, si necesitan desahogarse. Y así lo hice. Ganó en confianza hacia mi, y de paso también me transformé, de a poco eso sí, en una suerte de catador de sus parejas ocasionales. Le recomendé algunos. En un momento anduvo con tres tipos a la vez. Me dolió que fuera de esa manera, pero son cosas de su edad. Ella andaba buscando sin encontrar. Lo bueno que le gustaban los chicos medios bohemios, tatuados, que buscaban relaciones ocasionales. Algunos eran poetas y otros modelos. Chicos gárgolas.
Camila era de esas chicas delgadas, de dedos y nariz larga, algo pecosa, de un metro 70 y de ojos claros, verdes intensos, y pelo oscuro. Se vestía como una chica punk –ahora ha cambiado pues le he comprado ropa de mejor calidad- y mantiene unos tatuajes en zonas específicas de su cuerpo. El que le queda mejor, sin duda, es el de unos murciélagos dibujados al costado de sus senos.
Es preciosa. Una muñeca. Lo que siempre quise. Su olor es exquisito. La prefiero sudada después del gimnasio. Me encanta que mis manos se resbalen por su cuerpo húmedo. Yo vengo de una separación de la que ni siquiera vale la pena hablar.
Reconozco que la idea fue desde el primer momento que la vi. Había cumplido casi todo en el sexo, menos la lluvia dorada.
Un tiempo me hice adicto a la pornografía con lluvia dorada. Me excita que una mujer hermosa te orine. Mientras más joven, mejor. Una chica de 18 años como límite. No hay nada más exquisito que sentir el flujo caliente caer sobre tu cuerpo desde una vulva rosada, después uno queda en blanco como un orgasmo y dan más energías para seguir. Es exquisito hacerlo con la mujer que tú deseas y amas. A Camila le pareció la rara la posibilidad pero entre medio del sexo -ya sé ponerla caliente a diferencia de esos pendejos gárgolas porque le dedico tiempo a todos sus recovecos- aceptó.
Pusimos un nylon que teníamos para la lluvia, sobre el suelo. Y lo hizo. Fue el mejor orgasmo que he tenido en mi vida, pero vino lo mejor. Repitió la lluvia con mi pene metido en su ano. Fue espectacular.
Como puede suponer, me hice adicto.
En el sexo siempre hay una evolución y esto derivó cosas que se pueden considerar como bizarras, pero lo insisto, el amor siempre cubre las marcas.
No había nada más hermosa que bañarse con ella, y jabonarla. Todas las mañanas lo hacía. Yo me iba al trabajo y ella, a la universidad. Un día, en la ducha, después de afeitarme le comencé a chupar su conchita, y ella, para complacerme, sólo para complacerme, soltó el orín. Exquisito como siempre, pero esta vez la cara me ardió. Como que la piel se contrajo. No sé, pero el resultado fue algo nuevo por descubrir. De ahí en adelante comencé con otra adicción. Puede concluir que soy poliadicto al sexo, pero en realidad el cuerpo entrega demasiadas posibilidades para experimentar.
Día por medio, después de afeitarme me tiraba su orín directo a mi rostro. No soy dermatólogo, pero sentí que la piel me mejoró. En el fondo Camila me ha rejuvenecido. También me hago mis arreglos. Me tiño el pelo y esas cosas.
Me iba al trabajo pasado a su olor. Hueles bien, me decían mis compañeros. Sentía su orín todo el día. Era el mejor perfume, hasta que ella comenzó a racionarme. Creo que le contó lo nuestro a alguna de sus amigas punk. Sus amigas me odian. Le dije, en todo caso, que podría darles algunos regalos a sus amigas como perfumes y joyas Swatch para que me dejen de odiar. La propuesta está lanzada.

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