domingo, 7 de junio de 2009

La gran Kung-Fu


Hace dos años. Debe haber sido el 2007, verano. Aquí en Iquique, conocí a un boliviano, de Santa Cruz de la Sierra. Nada de rasgos indígenas, y no tengo nada contra los indígenas así es que no me califique de racista, y es que no me gustan de aspecto. Aunque en esta profesión hay que hacerle a todo nomás. Chao los prejuicios. Chao los olores. Sólo importa la plata. El metal. El chico se llamaba Sebastian, de torso fuerte y un miembro normal -16 cm-. Lo mejor es que, a pesar de su edad –no superaba los 23 años o menos- sabía controlar la eyaculación. Me dejó loca. Nos acostamos varias veces en las dos semanas que estuvo en Iquique. Al principio me pagó. Después le hice rebaja y así sucesivamente. Consumía bastante cocaína. A lo mejor tenía que ver con algún narco. No lo sé. Ni me interesa.
Recordé a Sebastian por la muerte de Kung-Fu. Pobre chinito Carradine. No sé lo que le pasó, pero al final murió en su ley. Degenerado el tonto. Había hecho bastantes rarezas en este oficio de puta. La más normal es que algún resuelto te pida que le metas el dedo en el culo. Me ha sucedido varias veces. Acá en Iquique son varios los que buscan aquella práctica. Les da miedo contarle a sus mujeres. Reprimidos. Claro, prefiero perforar los culos jóvenes. Previo preservativo en el dedo. Después harto jabón. En fin, Sebastian me lo pidió a la tercera vez. Yo le había dado mi culo a la segunda. Lo tenía normal así que no me dolió. La experiencia me dice que a los que les gusta tirar por el culo, también les gusta que le metan el dedo en el culo. Sebastian a pesar de su corta edad, era un experto en la cama.
Como en la quinta vez que nos juntamos me habló de asfixiarse, o estrangularse al momento del orgasmo. Es lo mejor que te puede pasar, me dijo. Hazlo tú, le dije. Jalamos. Bebimos cervezas y nos chupamos. Así, se amarró la cuerda de sus botines al cuello, mientras yo se lo chupaba como loca. Me excitaba todo eso. La sensación de experimentar su cuerpo joven, su respiración media entrecortada, su cuello, la cuerda, su pico caliente en mi boca. De reojo le miraba la cara, y adoptaba un tono rojizo en especial en su garganta. Yo seguía chupándole, y claro, sentía como su verga se agigantaba en mi boca y Sebastian, de paso, comenzaba a temblar, entero. Fue ahí cuando su pene hinchado soltó el semen y Sebastián cayó al suelo, mareado. El segundo orgasmo fue con mi dedo metido en su culo. Quizás en qué andará ahora.

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