jueves, 21 de enero de 2010

Súmate papá (por el canciller de Iquique)




(foto: Wladimyr Torres)

En el norte los periodistas son muy amigables y buenos para compartir. La historia que les relataré trata de un periodista que al calor de las letras enrolló su vida en una historia con sabor a desgracia. Está escrita en un tono cursi tal vez por la música de Arjona que escuchaban cuando hacían el amor.
Eran ya pasada la media noche y Marcos Cortés se aprestaba a cerrar la edición del día del Mercurio. El título amarillento traería ventas absolutas para la cadena mercurial. Marcos un joven y destacado redactor y mejor periodista llegó desde la zona central, del campo, a desarrollar sus estudios a Antofagasta y decidió establecerse en Calama en donde se le abrió una posibilidad de trabajo.
Cortés no fumaba y no bebía alcohol. Cosa rara. De todas maneras una excepción a la regla de este medio. En resumen un hombre sano, educado y responsable. Tenía la película clara: trabajar, invertir y contraer matrimonio.

Debemos de suponer que cuando uno llega a una zona en donde no conocemos a nadie, comenzamos a relacionarnos primeramente con nuestros compañeros de trabajo y uno de ellos Ricardo le recomendó una pensión. Esta quedaba ubicada en una calle céntrica de Calama.

Así llegó hasta Lincollán 57, morada de una familia compuesta por Beatriz de 19 años recién cumplidos y su madre de 35 años, Carolina Contreras. El padre había encontrado la muerte en un accidente laboral cuando Beatriz aún no cumplía los 16 años.

Carolina una mujer muy atractiva -de caderas firmes, piernas gruesas y pechos generosos- y enamorada de su esposo juró después de su muerte no volver a contraer matrimonio, claro de hacerlo perdería el montepío que no dejaba de ser importante para el sostén de las dos mujeres que la mayor parte del día pasaban descansando para poder salir a divertirse por las noches. Le gustaba ir a bailar a discotecas.

Cortés, en tanto, ya contaba con la confianza de sus jefes y por esto se transformó en el encargado de cerrar la edición del diario.

Así transcurrieron varios meses hasta que Beatriz encantadora, dulce risueña y bella, comenzó a llamar la atención del joven. Para ser sincero, ambos sentían atracción. Por alguna razón, a él le gustaba ducharse después de ella. Le excitaba saber que aquel jabón ella se lo había pasado por su gran culo rosado. Un par de veces cuando Cortés olvidó las llaves para ingresar a casa, ella se ofreció tras una llamada telefónica a esperar su llegada. Fue entonces que en una de esas esperas encontraron una relación que los hizo enamorase.
Beatriz dejó de salir de noche junto a su madre pra quedarse en casa a esperar al joven periodista. De esa manera podían estar tranquilos y tener relaciones sexuales en paz y sin levantar las sospechas de Carolina que se había convertido en una adicta a las shoperías con karaoke. A Beatriz le gustaba hacerlo en la cama matrimonial de su madre en diversas poses. Le gustaba el sexo físico, con fuerza, que él le diera incluso palmadas en las nalgas.

Beatriz de pechos breves pero duros y una cola destacadísima llenó los bajos instintos del periodista. Sin embargo ella no quedaba satisfecha. Quería más. Tal vez otro hombre. Un pico más contundente. El, en tanto, se comenzaba a enamorar de la joven. A todo esto él también mantuvo una relación paralela con Carolina, sin embargo después de dos ocasiones la madre comprendió que el joven no era de tiro largo. Es más, se iba muy rápido y no alcanzaba a satisfacerla. Mejor estaba el minero de la Radomiro Tomic que se tiraba los fines de semana. Ese sí que tenía aguante, le dijo a una amiga. El problema que el minero tenía su polola. Por esto tenía que estar dispuesta cuando éste la llamaba.


En el verano del 2009 Cortés viajó al sur, Caunquenes, por vacaciones a visitar a su madre.

Tras aquel periodo donde Beatriz hizo samba canuta con su cuerpo. Incluso fue desvirgada y por esto se ganó un tatuaje gratis. Suerte de tatuador.

Después de las vacaciones, Cortés empezó a trabajar demasiado. Justo por esos días apareció el mito del Chupacabras en Calama. Llegaba agobiado a la casa y muchas veces ni Beatriz ni Carolina estaban para esperarlo.
Un día decidió regresar temprano a su casa previo trato con sus jefes. El habitualmente salía del trabajo a la medianoche. Quería sorprender a Beatriz, por esto pasó al supermercado y compró un vino blanco de seis lucas, heladito. A las 20.30 horas ya estaba en el frontis de Lincollán 57. Esta vez si había llevado las llaves para el ingreso. Los deseos sexuales lo invadían enormemente. Sentía su pinga latir. Entró casi sin hacer ruido para dar una sorpresa. Primero al living, nada; luego a la cocina, nada e inmediatamente se dirigió al dormitorio de Beatriz que estaba en el primer piso, desde donde emanaba una melodía romántica de Arjona. Lo que viene fue lapidario para la joven pluma del periodismo calameño. Abrió la puerta que estaba sin cerradura y descubrió a su novia con un conocido streapers de color cogiéndola por la cola, al ver la escena, el joven quedó congelado… pero el negro Mafla de más de un metro 80 de humanidad y cuerpo de gimnasio respondió risueño con un gesto en sus ojos y seguidamente con una invitación expresada en dos palabras, “SÚMATE PAPÁ”.
Invitación que desde luego Cortés -con su autoestima reducida a una cucaracha- no pudo aceptar. Sólo atinó a salir corriendo de esa casa para llorar desconsolado en una shoppería junto a un amigo periodista. A los meses dejó la ciudad y país.
Hoy está radicado en España estudiando una maestría en periodismo. Quizás aún recuerde el mal paso que dio en Chile al aplicar la ley de la lagartija.

Como dato, cuando fue a buscar sus cosas después de aquel episodio, la madre y la hija le dijeron que él era sólo un bebé y que si quería quedarse tenía que aguantar porque Calama era así. Al que le guste lo dulce, que aguente lo amargo, remató Carola.