jueves, 26 de febrero de 2009

La ciudad de los cornudos


En el centro de calle Tarapacá de la Oficina Salitrera Victoria estaban las dos escuelas: la de Hombres Nº 51 Gustavo Soto Arancibia y la Nº 44 de Niñas. Pegadas a estas se encontraba el cuartel de Carabineros y el de Bomberos. La cuarta parte de esa cuadra pertenecía a Carabineros residentes donde habitaban el cabo Jeria que años después, en otra destinación, se quitó la vida al saber que su bella esposa le ponía los cuernos; el cabo Chimaja, conocido por su demencia de barrer a diario toda la cuadra y hasta el techo de su casa; el sargento Sánchez que jubiló en la Serena esposo de doña Georgina y padre de "Cachitín"; el cabo Espinoza que después de jubilado se enroló como vigilante en un banco de Iquique y también recuerdo a uno que llegó sede el sur , para ser mas preciso de Nueva Imperial, el cabo Wenchicoy que tenía cara de gringo. Todos cornudos.
También estaban los civiles como don Mario Torres -cuyos cuernos se vieron hasta en Iquique-, el “Oso” Valdivia, el profesor Amonte, el señor Sánchez padre de René, Ricardo y Jannet, que también no se salvó de los cuernos del diablo y como no, doña Julia se las hacía con un ingeniero de la planta de lixiviasión; como no recordar -dijo el viejo- a doña Ermelinda que trabajaba en la pulpería como cajera -a ella la intentamos ver desnuda desde el techo de su casa-; don Adolfo Carvajal quien se fue con su amante a Iquique y su casa fue ocupada por una familia que llegó desde Tocopilla, una gran y numerosa familia que dejó plasmado su apellido "Araya" por sus escándalos.
Como el niño que era, jugaba siempre por calle Tarapacá. Con unos amigos confeccionábamos unas ruedas que guiábamos con un manubrio de alambre galbanizado. Pasamos tardes enteras jugando a lo mismo. Una de esas tardes la broma de un amigo terminó en una suerte de explosión de una de las ruedas. El rescate de un manubrio me llevó a un techo donde viví una de mis mejores experiencias en esto del cachondeo clandestino de Victoria. Fue cuando descubrí una mujer que gateaba por entre las claraboyas que le servían de parapeto, ciertamente se trataba de algo raro: una señora que al primer vistazo no reconocí pero que después de su confianza y descuido supe de quien se trataba.
Era la mujer de Torres más conocida como la "Flaca", diminuta pero con una silueta que la hacía ver muy atractiva. La seguí atentamente. Mi actitud de voyerista empedernido que en el futuro me haría un fotógrafo me dio la paciencia para observar su destino final. A mis casi 9 años conocí el perfil de la mujer que engaña a su marido y lo que son capaces de hacer ellas por conseguir su objetivo. Con el pasar de los días, ya éramos varios los que escondidos dejábamos ver a esa mujer en busca de su lechita.
Cuando faltaban dos días para Navidad don Mario, que también las oficiaba de ayudante de entrenador de la selección de fútbol debía viajar a Tocopilla en busca de un campeonato. El bus, en tanto, que debía pasar a las 6 de la madrugada retrasó su llegada por la cual el señor Torres regresó a eso de las 07.45 a su hogar en busca de café o algo para el abrigo. Hasta ese entonces "la flaca" -que ya había perdido la vergüenza- intentaba entrar ya no por el techo, sino por la puerta principal de la casa tatuada con el número 17. Torres, ya convertido en el cornudo oficial de la cuadra, la sorprendió en la puerta de la casa 17. Luego vino una brutal gresca que despertó a toda la cuadra, y donde Torres barrió el suelo con la mujer ante la mirada atónita y desesperada de los vecinos. Mi madre me dijo que eso le pasaba a las mujeres que se portaban mal con sus maridos. El amante de la Flaca, como los pacos, hicieron la vista gorda.
A pesar de todo los hematomas y heridas, la Flaca se fue con Torres a otra ciudad. Nunca más vi a esa cornudo, ni a la Flaca.
Esta es una vivencia que deja con historia a mi cuadra Tarapacá y a quienes viven de sólo recuerdos de la gran oficina salitrera Victoria, que fue la cuna de hombres grandes y revolucionarios, pero cornudos.

jueves, 19 de febrero de 2009